El poeta se acarició suavemente la barbilla tratando, tal vez, de lograr concentración. Después de dar 5 vueltas alrededor de la mesa, tomó asiento en la silla, la única de su casa. Se acomodó las gafas sobre la recta nariz y comenzó a escribir.
“Querida Cecilia:
He pasado tantas noches en vela, meditando en la luz de tus ojos ambarinos, que caí en la realidad de que…”
-Hmm, tal vez eso sea demasiado brusco.
“Cecilia:
Ámame, mímame, necesítote…”
-Demasiado imperativo.
“Ceci, luz de mi vida:
Cada día sin tu voz en mis oídos es como caminar entre la tempestad sin calma ni consuelo. No concibo explicar el peso que siente mi alma al no sentir entre las mías la suavidad de tus manos.
Si tan solo estuvieras cerca, no haría falta extrañarte como te extraño, ni pensarte como te pienso. Me bastaría con ver tus ojos para saberme satisfecho, para sentirme en paz.
Pero no. Eso es imposible para mí.
En las noches, la luna es testigo de mis penurias. Me observa a través de la ventana de mi habitación, y yo también la observo, me gustan sus dientes. A veces también charlamos, ella se acerca, silenciosa, porque teme que su mamá la descubra y no le haga más el café con leche por las mañanas, y me sonríe para después preguntarme si es la jaqueca lo que me aqueja o solo mi cráter en el corazón. Yo le digo que estoy cansado. Cansado de esperar el colectivo por las mañanas, cansado del bajo rendimiento del servicio de internet, cansado del gato de la vecina que me mira y ronronea cuando salgo a regar las margaritas que plantó en mi jardín la tía Julieta la primavera pasada. La luna sonríe otra vez y me dice que le miento, que lo único que hago en la vida es pensar en vos, Cecilia, y esa es la verdad. Me rindo ante sus palabras y vuelvo a penar.”
-Eso fue muy revelador y demasiado propio.
El poeta supiró y sintió que la piel se le erizaba al mismo tiempo que pensaba en Cecilia. Si tan solo pudiera encontrar las palabras correctas para expresarle cuanto sentía. Si pudiera decirle sin restricciones tantos y cuantos sentimientos albergaba en su alma. Pero un velo de timidez cubría su coraje. Borbotones de decepciones pasadas rebosaban sus recuerdos y solo era capaz de soñar realidades imaginadas durante las largas tardes de verano.
“Cecilia:
Hola.”
-Sí, esa es una buena forma de empezar una carta.